Por John Alegrías
La Dimayor en este 2020 tiene agujeros en todos los frentes. Cada rincón de la organización está totalmente perforado y agrietado. Todo debido a la gestión endeble realizada por un organismo en cabeza de un cuestionado presidente Jorge Enrique Vélez al que el tiempo de la pandemia terminó por arroparlo.
Hace algunos días Deportivo Cali alzó vuelo para unirse a Atlético Nacional y Tolima como los primeros equipos en concretar la fase 0 del protocolo de bioseguridad haciendo el control de pruebas o muestreo en cuanto al Covid-19 a su plantilla de jugadores, cuerpo técnico y directivos. La sede deportiva localizada en el corregimiento de Pance había sido adecuada semanas antes buscando dar el punta pie inicial más temprano que tarde a un retorno del fútbol profesional colombiano manoseado y dilatado. No obstante, la maniobra del cuadro azucarero y las otras instituciones en lugar de ser vista como una acción de motivación para el entorno deportivo nacional, terminó entregando un efecto contrario.
La acción emprendida fue con el firme propósito de incentivar y servir de estímulo. Prácticamente, supuso empujar el carro, pero, al parecer, es mejor negocio buscar lunares a cualquier precio. Un ‘hobbie’ pernicioso de nuestra sociedad del que no escapa el fútbol de nuestra comarca, que por estos tiempos atraviesa un momento pantanoso, lleno de fantasmas y plagado de una dirigencia desacreditada.
¿Sobre qué/quiénes apoyarse para que el fútbol colombiano erradique esta dura enfermedad que padece? Ahora mismo intentar extender la mano para agarrarse de alguien buscando soluciones internas es similar a atravesar un agujero negro. La rampante división hace estragos. “Es primera vez en la historia que un informe de gestión en la Dimayor no es aprobado por unanimidad” declaraba Walter Ante hace poco en Los Campeones de Univalle Estéreo, afirmando los múltiples asteriscos que abordan una administración nociva.
