Perseverante, fortalecido en Dios y con un gran arraigo hacia Tierralta, Córdoba, siempre se ha mostrado el hoy delantero del Junior de Barranquilla. De mandadero a uno de los jugadores más valorados del balompié colombiano.
Seguido de cada grito de gol, llegaban las alegrías, los reconocimientos y lo que siempre anheló, brindarle mejores condiciones de vida a su familia. América y Deportivo Cali desestimaron las sonrisas y el capital que les pudo haber generado Miguel Ángel Borja, cuando el entonces juvenil delantero alternaba su pasión con oficios voluntarios en la casa de su padrino, donde le brindaban hospedaje.
“Ellos tenían una ferretería y me tocaba ayudarles para ganarme la comida, los pasajes y los guayos”, nos contó Borja luego de que estalló con sus goles en el balompié profesional. Dicho camino se lo orientó César Valencia, el propietario del club aficionado Fútbol Paz. De su mano, Borja se acercó a los dos principales clubes de la capital vallecaucana. Su permanencia fue más extensa con los ‘verdiblancos’, en la categoría Sub-20 que dirigía ‘el Maestro’ Jairo Arboleda. “Llegué con 18 años, con la ilusión de ganarme un nombre y de que me hicieran un contrato, pero no se dio y por eso me fui al Cúcuta”, amplió el hoy jugador de 27 años de edad (26 de enero de 1993).
Con Cortuluá, en el Apertura de 2016, cumplió su primera resonante temporada. Con los del ‘Corazón del Valle’, equipo que ya había integrado cuatro años antes, avanzó hasta la Semifinal del campeonato y se encumbró como el mayor anotador del rentado nacional en Torneos cortos -19 goles, superando por uno a Jackson Martínez-
En el archivo del recuerdo quedaban, su fallido paso por el Livorno italiano, y sus intermitencias con Olimpo de Bahía Blanca e Independiente Santa Fe, con el que logró la Copa Sudamericana. De cara estaba la gloria. La acarició y la abrazó con Atlético Nacional. Entronizado con los antioqueños. Además de celebrar la Copa Libertadores, fue el goleador del certamen continental, rótulo que refrendó dos años después con el Palmeiras.
Borja ha avanzado a una velocidad de velero. Alcanzó sus ideales primarios y continuó de largo. “Desde muy chico fui perseverante, busqué lograr el sueño de hacer feliz a mi familia, a mis padres. Deseaba darle una casa hermosa a mi mamá”. Hoy, con el lustre que le permite haber disputado el pasado Mundial en Rusia 2018, vive instantes de tranquilidad en Tierralta; solo perturbados por un grupo de jóvenes a quienes denunció por violentarle una de sus vacas, en días pasados, durante la cuarentena por el Covid-19.
“En mi casa caían muchas goteras, había que poner baldes hasta en las camas para que no se inundara. Pasamos momentos muy difíciles. Mi mamá vendía empanadas, pero en ocasiones no había nada en la casa, entonces, tocaba preparar la carne que era para las empanadas y dejar de vender ese día. El hambre fue que me llevó a superarme. Les hacía mandados y les limpiaba los patios a los vecinos para ganarme un ‘centro’ (plata) para ir al colegio. Eso nunca se olvida”, rebobinó Borja.